Muerte de la Libertad
¡Buenos días! Bienvenidos al principio de la semana y comenzamos el lunes con muchas ganas y entusiasmo. Así que con el nuevo día traigo una entrada y sí, sé que tendría que haber publicado ayer ¡PERO! era domingo (excusa pobre, I know) y el tema de la entrada resultaba dificil.
El reto de hoy es:
El reto de hoy es:
#5 - Escriba una historia con tu canción favorita como argumento
Necesité de la epifanía de una buena noche de sueño para saber cuál era la canción sobre la que escribiría, ya que ayer estuve repasando mi lista de reproducción buscando la (o una de las) preferida y hoy no me puedo quitar de la cabeza la escogida (curiosamente una que hace rato que no escucho).
Muerte de la Libertad
«Ya podía oler la muerte.
Me acompañaba desde que comencé aquel camino, no me era extraña desde los últimos meses. Cada día despertaba con la certeza de que era un día menos en el contador. Cada hora, cada minuto pasaba y era una cuenta atrás. Antes de cerrar los ojos me aseguraba que el arma estaba allí pero todos mis sentidos estaban pendientes de los ruidos. Una puerta mal cerrada podía provocar un sobresalto.
— Es una mala idea.
Miré a Germán. Su rostro era el reflejo del mío. Mismo agotamiento, misma lucha.
Le sonreí.
— Siempre lo ha sido y aquí estamos, hermano —guardé el arma en la cartuchera y me puse el saco para cubrirla—. Pero han sido las malas ideas las que nos han traído hasta aquí.
Germán negó.
— No me líes con tus discursos, está es una idea mala, mala. Deberías irte de una vez por todas. Ya has hecho lo que tenías que hacer, no tienes que seguir.
Joder, no me lo estás poniendo fácil. El corazón se aceleraba y negué.
— Ahora es más fácil que nunca abandonar y por eso tengo que seguir adelante. Se lo debo a todos.
— Ellos te lo deben a ti.
Abracé a mi hermano de armas, a mi compañero y le di una fuerte palmada en la espalda. El reloj de la muerte hizo que supiera más que nunca a despedida.
— Vamos.
La noche amparó nuestros pasos y abandonamos aquel piso franco hasta llegar a la vieja fábrica donde se realizaba la nueva reunión. Éramos pocos, menos que la última vez. No podíamos ser más cuando el boca a boca cada vez era más arriesgado pero al menos nos manteníamos. Mejor los de siempre que ninguno. La lucha debía continuar, no podíamos ceder.
Saludé a los más cercanos al entrar y me coloqué delante de ellos. Necesité un segundo para apartar el miedo que me acongojaba. Era verdad, podía marcharme en cualquier momento, incluso ahora mismo por una indisposición. Unas simples náuseas, vómitos, no haber comido bien. Nada era mentira y estaría fuera. Podía huir, esconderme y desear que no me encuentren pero se lo debía a mi gente, ellos me dieron fuera para luchar por la justicia.
— Gracias por venir. Cada día que estamos todos aquí aunque seamos pocos, aunque seamos menos es un día en que somos más fuerte a pesar de l esfuerzo de las autoridades por intentar aplastarnos. Ellos buscan eliminar nuestras libertades, buscan que los temamos, buscan que huyamos —no pude evitar sentir vergüenza ante la inevitable tentación—, pero aquí estamos. Hermanos y hermanas. Se lo debemos a la libertad, se lo debemos a nuestros sueños, a nuestro futuro. A ese que nosotros no veremos, a ese al que solo podemos aspirar pero estamos creando para nuestros hijos, para otros.
Con cada palabra el reloj de la muerte dejaba de sonar y mi interior entraba en calma. Todos teníamos que creer. Teníamos que tener esperanza.
— Tenemos que luchar por la libertad.
Tosí la última palabra y sentí el calor ardiente en el pecho mientras caía. Todo se volvía confuso a mi alrededor. No había oído las botas militares, ni siquiera aquel último disparo. Cerré los ojos cuando las sombras me rodearon.
Germán tenía razón,... era una idea mala, mala...»
¡Espero que les haya gustado! Mañana más y mejor.
— Es una mala idea.
Miré a Germán. Su rostro era el reflejo del mío. Mismo agotamiento, misma lucha.
Le sonreí.
— Siempre lo ha sido y aquí estamos, hermano —guardé el arma en la cartuchera y me puse el saco para cubrirla—. Pero han sido las malas ideas las que nos han traído hasta aquí.
Germán negó.
— No me líes con tus discursos, está es una idea mala, mala. Deberías irte de una vez por todas. Ya has hecho lo que tenías que hacer, no tienes que seguir.
Joder, no me lo estás poniendo fácil. El corazón se aceleraba y negué.
— Ahora es más fácil que nunca abandonar y por eso tengo que seguir adelante. Se lo debo a todos.
— Ellos te lo deben a ti.
Abracé a mi hermano de armas, a mi compañero y le di una fuerte palmada en la espalda. El reloj de la muerte hizo que supiera más que nunca a despedida.
— Vamos.
La noche amparó nuestros pasos y abandonamos aquel piso franco hasta llegar a la vieja fábrica donde se realizaba la nueva reunión. Éramos pocos, menos que la última vez. No podíamos ser más cuando el boca a boca cada vez era más arriesgado pero al menos nos manteníamos. Mejor los de siempre que ninguno. La lucha debía continuar, no podíamos ceder.
Saludé a los más cercanos al entrar y me coloqué delante de ellos. Necesité un segundo para apartar el miedo que me acongojaba. Era verdad, podía marcharme en cualquier momento, incluso ahora mismo por una indisposición. Unas simples náuseas, vómitos, no haber comido bien. Nada era mentira y estaría fuera. Podía huir, esconderme y desear que no me encuentren pero se lo debía a mi gente, ellos me dieron fuera para luchar por la justicia.
— Gracias por venir. Cada día que estamos todos aquí aunque seamos pocos, aunque seamos menos es un día en que somos más fuerte a pesar de l esfuerzo de las autoridades por intentar aplastarnos. Ellos buscan eliminar nuestras libertades, buscan que los temamos, buscan que huyamos —no pude evitar sentir vergüenza ante la inevitable tentación—, pero aquí estamos. Hermanos y hermanas. Se lo debemos a la libertad, se lo debemos a nuestros sueños, a nuestro futuro. A ese que nosotros no veremos, a ese al que solo podemos aspirar pero estamos creando para nuestros hijos, para otros.
Con cada palabra el reloj de la muerte dejaba de sonar y mi interior entraba en calma. Todos teníamos que creer. Teníamos que tener esperanza.
— Tenemos que luchar por la libertad.
Tosí la última palabra y sentí el calor ardiente en el pecho mientras caía. Todo se volvía confuso a mi alrededor. No había oído las botas militares, ni siquiera aquel último disparo. Cerré los ojos cuando las sombras me rodearon.
Germán tenía razón,... era una idea mala, mala...»
¡Espero que les haya gustado! Mañana más y mejor.
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