Condenada (II) - Mistress & Slave

¡Hola! En esta noche de viernes y para celebrar el fin de semana, traigo una nueva entrada. Es algo que les resultará familiar, ya que es la continuación de un relato que les había presentado con el Reto de los 52.

Les dejo la primera parte, por si quieren refrescar la memoria: Condenada

Una vez hechas las oportunas presentaciones, vamos al trabajo.

Condenada

II - Mistress & Slave


«La joven despertó cuando la luz se posó sobre sus párpados. Creyó que se trataba del amanecer, pues su mente estaba embotada por la profunda mezcla de narcóticos y emociones. Poco a poco reconoció que la luz era demasiado roja para tratarse del sol; que en realidad su origen era una lámpara de gas que sostenía una figura con el rostro envuelto en sombras que se mantenía de pie a su lado.

— Es hora de cenar, Señora —dijo la figura con tono espectral—. El Amo os espera.

Sin comprender las palabras e intentando acomodar sus pensamientos, la muchacha se puso en pie y se dejó llevar por el mayordomo. El primer pensamiento cercano a lo coherente que cruzó su mente fue que no estaba vestida como para una cena, pues imaginaba que al dormir utilizaba un camisón. No obstante se vio reflejada en el espejo con un hermoso vestido, maquillada y hasta maquillada.

"Quizá... solo me recosté para descansar", pensó y como aquello tenía lógica, asintió.

La joven observaba los pasillos, forzando su adormilada vista pero sin ver más que sombras ocultas. ¿Por qué estaba todo tan oscuro? Parecía que éstas se apartasen al paso de la lámpara del mayordomo pero no tardaban en volver a su sitio. Descendieron escaleras y doblaron recodos hasta el punto de marearla. Izquierda, derecha, abajo, derecha, abajo, izquierda, izquierda,... ¿estaban volviendo sobre sus pasos?

Iba a preguntarlo cuando se detuvieron ante unas puertas y el sirviente las abrió. Era siniestro, quizá lo más preocupante de aquel sitio. Tenía que alejar aquella sensación de malestar, eran tonterías producidas por un mal sueño. A fin de cuentas ella era la señora.

¿No?

Al entrar en el comedor, se sintió transportada a otro mundo. Allí no había ningún rastro de oscuridad, resultaba tan deslumbrante que alzó las manos para cubrirse los ojos. Un tintineo llamó su atención y mientras intentaba adaptarse a la luz estudió sus muñecas. Su piel morena estaba enrojecida, como si hubiera sufrido heridas y aquellos fueran las cicatrices pero sobre el rojo se posaban unas pulseras de metal con bellos grabados y dijes tintineantes. Su imagen la desconcertó e hizo que su interior temblase...

Grilletes...

— Oh, querida. Me alegro que te encuentres mejor —aquella voz, como una nota perfecta producida por un diapasón, atrajo su atención causando que olvidase las pulseras y las heridas.

El Amo, su acompañante la esperaba con una sonrisa de labios carnosos. Ladeaba ligeramente su cabeza y su cabello caía como una cascada caoba hasta sus hombros. Le tomó la mano sin apartar sus hipnóticos ojos.

Demonio...

— Por un momento creí que Michael volvería con la noticia de que aún estabas enferma —la guiaba con maestría por todo el salón, paseándola con naturalidad para despejar su anterior inmovilidad hasta hacerla ocupar el lugar de honor—. Lo hubiera lamentado mucho —empujó su silla como un caballero y toco su cuello como un amante indecoroso antes de apartarse—. Estás demasiado callada, ¿seguro que estás bien?

La joven lo miró, tragó saliva y asintió.

— Sí... solo, confusa. No... no recordaba que estuve enferma. Solo que acababa de despertar...

Sentía la boca seca, la lengua rasposa, como si fuera la de un gato. Miró su copa vacía y en menos de un segundo el mayordomo, Michael, estaba allí rellenándola con un vino tan oscuro como las sombras que habían quedado fuera de la habitación.

— Fue una enfermedad terrible, amor mío. Creímos que no lo superarías pero por fin estás con nosotros —la sonrisa del Amo fue amplia, hermosa.

Lobuna...

Parpadeó y se limitó a beber de aquel delicioso vino que llenó sus sentidos y calmó su sed.

— Ya estoy mejor. Gracias por preocuparte... —no recordaba su nombre.

— Los nombres no importan —dijo él quitándole importancia con un movimiento de la mano—. Poco a poco recordarás todo, mi amor. Mientras tanto, te daré algunas instrucciones que te facilitarán el recuperarte.

La joven se sentía confusa. ¿Instrucciones? Asintió, dando otro sorbo al vino.

— Hasta que recordemos los nombres, te llamaré mi amada, mi señora... y tu puedes llamarme mi señor, mi Amo —hubo un ligero, casi imperceptible énfasis en la última palabra—. Puedes moverte por todo el castillo pero no puedes irte, comprenderás que si tienes una recaída es mejor que sea donde estemos para ponerte a salvo —su sonrisa se amplió pero algo había en ella que le resultaba estremecedor—. Y...

Se puso de pie como si no soportase más estar quieto y alejado. Salvó la distancia, tomó su rostro con una mano y se acercó hasta quedar a escasos centímetros. Sus alientos se confundían.

— Por las noches, es mejor que estés en tu cuarto. Eres demasiado hermosa y frágil, no quiero que tu enfermedad se agrave por mi culpa, amor mío... —fue un susurro tan intenso que la joven se sintió desfallecer ante aquella declaración de intenciones, ante su aroma cargado de lujuria y su mirada...

Cazador...

Él se apartó como un niño pillado en una travesura y se disculpó con otra sonrisa.

— Será mejor que cenemos. Debes recuperar fuerzas y en breves ya será noche...

La joven asintió y obedeció. Comió y bebió, sintiéndose observada a cada instante, vigilada pero sin que le importase... Sin embargo, cuando por fin su mente comenzaba a despejarse y aquellos pensamientos inconexos amenazaban con unirse en una misma idea, el sueño la invadió y no pudo más que sucumbir a él.

— Duerme, pequeña... —oyó que Él decía.

— Si,... Amo... —se oyó responder.

Esclava...»

¡Espero que les guste! En breves espero traerles la continuación, igual que iré siguiendo otras partes. Mañana, más y mejor.

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