La mirada velada
¡Buenas noches! Comenzamos la semana con energía y entusiasmo para traer un relato estremecedor. Espero que les guste y lo disfruten.
«En ocasiones, se despertaba por la mirada y sus ojos se
encontraban cubiertos por un velo de oscuridad.
No era algo que pudiera curar un oftalmólogo, aunque lo intentó con numerosos profesionales. Se planteó un análisis por si eran prematuras cataratas que cegaran su mirar. Tampoco era un asunto climatológico. Los meteorólogos daban los días más soleados pero ante unos ojos oscurecidos un sol brillante era lo mismo que una noche sin estrellas.
Era un problema muy grave.
Amigos y familiares se topaban ante dicha mirada velada y sabían que la mente oculta tras ella en no estaba allí. Los distraídos ni se percataban y los audaces intuían el velo. Algunos consideraron la ayuda de profesionales de otra índole, esos cuyo nombre se susurra y su carrera su cuestiona, pues el velo podría ser un problema mental.
Al afectado nada de esto parecía importarle. De un profesional al otro pasó en sus mejores días, percibiendo con creciente angustia como su problema aumentaba. Cuando la oscuridad cubría sus ojos… Entonces nada importaba.
Hasta que sí importó.
Un día, comenzó a ver tras el velo.
¿Ver? ¿Fue éste el primer sentido que despertó? Llevaba tanto tiempo aletargado que la memoria le fallaba. Eran más los días que pasaba dentro de la oscuridad que en el mundo que sus allegados llamaban real. Caminaba como un autómata por calles conocidas hacia un sitio que formaba parte de su rutina sin ningún pensamiento concreto en su mente, solo aquella niebla que conformaba su paisaje cuando lo percibió.
A su derecha, veloz, más rápido que la vista. Frunció el ceño y se giró para ver de qué se trataba pero no tenía sentido. En la niebla no había nadie.
A la izquierda, una sombra. Sintió el encogimiento del estómago, como si tuviera una piedra. Todos sus músculos se tensaron y las piernas se prepararon para correr. Volvió a girarse pero no había nadie allí.
Derecha. Giro. Nadie.
Izquierda. Giro. Nadie otra vez.
Parpadeó atemorizado y al pasarse la mano ante los ojos, descubrió que el velo se había disipado y los transeúntes lo miraban con desconfianza. Estaba pálido y sudoroso.
Extraño.
Peligroso.
Tardó días en alejar aquella terrible sensación del estómago, de sentirse vigilado, como si hubiera un movimiento continuo en el rabillo del ojo más allá de lo que pudiera ver. Siempre huyendo de la vista. Quizá lo que hizo en realidad fuera acostumbrarse.
Se habituó a la sombra perpetua, a la tensión en la espalda, al cabello erizado, a la vibración de la piel ante la menor corriente de aire por si se tratase de alguien demasiado cercano. Su estómago era una bola constante pero dejó de importarle.
Llegaron los susurros. Como una brisa, como hojas arrastradas por el viento por las aceras, el crujido de la madera por las noches, pasos distraídos. Era como un juego tras el velo, uno frustrante y repulsivo que lo ponía de los nervios. Aquella cosa que jugaba en el borde de su mirada susurraba a sus espaldas.
Vivía girándose. Sus avance estaba cubierto de oscuridad por un velo cada vez más espeso que no podía quitarse. En sus flancos estaba aquel ser invisible y detrás se encontraba la voz susurrante.
Sus nervios no lo soportaban, con cada día todo empeoraba. Lo llevaron a aquel especialista de la mente pero todo fue inútil. No lo veía y sentado en la consulta los susurros aumentaron. Peor aún, llegaron los dedos fríos en la nuca, como un cosquilleo que al apartarse dejaba un amargo y ardiente cosquilleo que retorcía sus entrañas y lo obligaba a apretar los esfínteres para que no ocurriera una desgracia.
Su corazón no resistiría. Lo sentía cada vez más cerca. No sabía qué era pero sí que se acercaba. Lo intuía, lo oía, lo sentía en la piel. Enloquecía a pasos agigantados pero fuera del velo solo se percibía su cuerpo deteriorado por el cansancio.
Añoraba estar en el mundo real. Ya no podía escapar de la oscuridad, no mientras viviera. Estaba dispuesto a quitarse la vida con tal de dejar de ser acosado por esas sombras terribles, por esos susurros, por poder estar en paz. Tenía que alejarse de todos o se lo impedirían, no podían comprenderlo.
Se dirigió hasta el puente que cubría las vías del tren. Si no acababa con él la caída lo haría la terrible locomotora. Cada paso que dio era empujado por susurros que aumentaban el tono hasta ser voces, risas. Los dedos tocaban su piel sin ninguna clase de vergüenza, metiéndose bajo su ropa. Fue incapaz de caminar y corrió hasta allí. Las sombras se movían a su paso para permitirle ver lo que tenía que hacer.
Saltaría. Saltaría y sería libre. ¡LIBRE!
Sus dedos se engancharon en la barandilla, solo tenía que trepar. Miró el suelo y en la distancia, la niebla le permitía intuir los borrosos durmientes sobre los que se desplomaría su cuerpo. Ya no percibía los dedos fríos ni las sombras. En la lejanía se escuchaba el tren, no los susurros. Saboreaba la liberación.
Subió un pie. Estaba listo.
No apartaba la mirada de los borrosos durmientes. Subió el otro pie, dispuesto a moverse a la libertad.
Y lo vio.
— ¿Dónde crees que vas?
No más sombras esquivas, susurros a la espalda, dedos fríos en la nuca... Ni siquiera el velo neblinoso en la mirada. Ante sí se hallaba el culpable, terrible, infernal. Definido, oscuro, causante de la liberación de sus esfínteres y el temblor de sus músculos. Cayó sobre su espalda pero no fue capaz de huir.
Aquella cosa con voz de ultratumba había desgarrado el velo de sus ojos...
— Me perteneces.
Era real...
— No vas a librarte de mí.
Aterrorizado, gritó con todas sus fuerzas. Continuaba gritando mientras lo venía a buscar la ambulancia. Gritaba para no oír las palabras de aquel ser.
Gritaba...»
Espero que les haya gustado. En breves más y mejor. Como siempre, espero sus sugerencias y comentarios. ¡Saludos!
La mirada velada
No era algo que pudiera curar un oftalmólogo, aunque lo intentó con numerosos profesionales. Se planteó un análisis por si eran prematuras cataratas que cegaran su mirar. Tampoco era un asunto climatológico. Los meteorólogos daban los días más soleados pero ante unos ojos oscurecidos un sol brillante era lo mismo que una noche sin estrellas.
Era un problema muy grave.
Amigos y familiares se topaban ante dicha mirada velada y sabían que la mente oculta tras ella en no estaba allí. Los distraídos ni se percataban y los audaces intuían el velo. Algunos consideraron la ayuda de profesionales de otra índole, esos cuyo nombre se susurra y su carrera su cuestiona, pues el velo podría ser un problema mental.
Al afectado nada de esto parecía importarle. De un profesional al otro pasó en sus mejores días, percibiendo con creciente angustia como su problema aumentaba. Cuando la oscuridad cubría sus ojos… Entonces nada importaba.
Hasta que sí importó.
Un día, comenzó a ver tras el velo.
¿Ver? ¿Fue éste el primer sentido que despertó? Llevaba tanto tiempo aletargado que la memoria le fallaba. Eran más los días que pasaba dentro de la oscuridad que en el mundo que sus allegados llamaban real. Caminaba como un autómata por calles conocidas hacia un sitio que formaba parte de su rutina sin ningún pensamiento concreto en su mente, solo aquella niebla que conformaba su paisaje cuando lo percibió.
A su derecha, veloz, más rápido que la vista. Frunció el ceño y se giró para ver de qué se trataba pero no tenía sentido. En la niebla no había nadie.
A la izquierda, una sombra. Sintió el encogimiento del estómago, como si tuviera una piedra. Todos sus músculos se tensaron y las piernas se prepararon para correr. Volvió a girarse pero no había nadie allí.
Derecha. Giro. Nadie.
Izquierda. Giro. Nadie otra vez.
Parpadeó atemorizado y al pasarse la mano ante los ojos, descubrió que el velo se había disipado y los transeúntes lo miraban con desconfianza. Estaba pálido y sudoroso.
Extraño.
Peligroso.
Tardó días en alejar aquella terrible sensación del estómago, de sentirse vigilado, como si hubiera un movimiento continuo en el rabillo del ojo más allá de lo que pudiera ver. Siempre huyendo de la vista. Quizá lo que hizo en realidad fuera acostumbrarse.
Se habituó a la sombra perpetua, a la tensión en la espalda, al cabello erizado, a la vibración de la piel ante la menor corriente de aire por si se tratase de alguien demasiado cercano. Su estómago era una bola constante pero dejó de importarle.
Llegaron los susurros. Como una brisa, como hojas arrastradas por el viento por las aceras, el crujido de la madera por las noches, pasos distraídos. Era como un juego tras el velo, uno frustrante y repulsivo que lo ponía de los nervios. Aquella cosa que jugaba en el borde de su mirada susurraba a sus espaldas.
Vivía girándose. Sus avance estaba cubierto de oscuridad por un velo cada vez más espeso que no podía quitarse. En sus flancos estaba aquel ser invisible y detrás se encontraba la voz susurrante.
Sus nervios no lo soportaban, con cada día todo empeoraba. Lo llevaron a aquel especialista de la mente pero todo fue inútil. No lo veía y sentado en la consulta los susurros aumentaron. Peor aún, llegaron los dedos fríos en la nuca, como un cosquilleo que al apartarse dejaba un amargo y ardiente cosquilleo que retorcía sus entrañas y lo obligaba a apretar los esfínteres para que no ocurriera una desgracia.
Su corazón no resistiría. Lo sentía cada vez más cerca. No sabía qué era pero sí que se acercaba. Lo intuía, lo oía, lo sentía en la piel. Enloquecía a pasos agigantados pero fuera del velo solo se percibía su cuerpo deteriorado por el cansancio.
Añoraba estar en el mundo real. Ya no podía escapar de la oscuridad, no mientras viviera. Estaba dispuesto a quitarse la vida con tal de dejar de ser acosado por esas sombras terribles, por esos susurros, por poder estar en paz. Tenía que alejarse de todos o se lo impedirían, no podían comprenderlo.
Se dirigió hasta el puente que cubría las vías del tren. Si no acababa con él la caída lo haría la terrible locomotora. Cada paso que dio era empujado por susurros que aumentaban el tono hasta ser voces, risas. Los dedos tocaban su piel sin ninguna clase de vergüenza, metiéndose bajo su ropa. Fue incapaz de caminar y corrió hasta allí. Las sombras se movían a su paso para permitirle ver lo que tenía que hacer.
Saltaría. Saltaría y sería libre. ¡LIBRE!
Sus dedos se engancharon en la barandilla, solo tenía que trepar. Miró el suelo y en la distancia, la niebla le permitía intuir los borrosos durmientes sobre los que se desplomaría su cuerpo. Ya no percibía los dedos fríos ni las sombras. En la lejanía se escuchaba el tren, no los susurros. Saboreaba la liberación.
Subió un pie. Estaba listo.
No apartaba la mirada de los borrosos durmientes. Subió el otro pie, dispuesto a moverse a la libertad.
Y lo vio.
— ¿Dónde crees que vas?
No más sombras esquivas, susurros a la espalda, dedos fríos en la nuca... Ni siquiera el velo neblinoso en la mirada. Ante sí se hallaba el culpable, terrible, infernal. Definido, oscuro, causante de la liberación de sus esfínteres y el temblor de sus músculos. Cayó sobre su espalda pero no fue capaz de huir.
Aquella cosa con voz de ultratumba había desgarrado el velo de sus ojos...
— Me perteneces.
Era real...
— No vas a librarte de mí.
Aterrorizado, gritó con todas sus fuerzas. Continuaba gritando mientras lo venía a buscar la ambulancia. Gritaba para no oír las palabras de aquel ser.
Gritaba...»
Espero que les haya gustado. En breves más y mejor. Como siempre, espero sus sugerencias y comentarios. ¡Saludos!
Muy bueno, Magalí! Mantiene la tensión y está escrito de maravilla, mis felicitaciones! Un placer leerte!
ResponderEliminar¡Muchas gracias, Rafalé! Me alegro que te haya gustado tanto.
EliminarSaludos =D