La noche de San Juan (V) - Exiliados
¡Muy buenas! Retomamos la buena costumbre de escribir y traigo la continuación de la historia de Ariel. ¡No voy a dejarlos en un momento tan terrible! En breves es posible que venga con reseñas sorpresas y esas cosas. You know,... life it's a sorprise xD Al grano.
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«Diana posó una mano en el brazo de Ariel, provocando que el muchacho se sobresaltase aunque resultó un alivio apartar la mirada de los ojos como cuchillas de Serafín.
Ariel lo reconsideró. Ella tenía razón, el avance sería mucho mejor que ir a pie de un sitio a otro y no tendría que estar temiendo el posible ataque de ladrones. Desvió la mirada hacia Serafín, que lanzaba ramas al fuego con gesto distraído pero aún así parecía pendiente de cada uno de sus movimientos.
— ¿Qué dices, Ariel?
— Queremos la respuesta hoy, enano. A poder ser antes de que me salgan canas en los huevos.
Diana bufó y clavó una mirada exasperada en su compañero de viaje.
— No ayudas, Serafín.
Nuestro joven héroe tenía motivos para guardar sus reservas y no era debido a los improperios de aquel desconocido. En los últimos meses había escuchado palabras similares y ya no le asustaban tanto como al principio aunque tampoco se las daba de hombre curtido. La causa estaba en el gesto revelador que realizó cuando cerró su mano derecha en un puño, ocultando la cicatriz provocada por el dije que colgaba de su cuello. Cada vez que se relacionaba con alguien, esta persona acababa muerta de forma inexplicable y cruel.
No sabía qué hacer y aquella indecisión se reflejaba en su rostro. Diana le dio una palmada en la espalda.
— No tienes que responder ahora. Quédate esta noche con nosotros y mañana respondes antes de partir.
— Vale.
La joven le señaló la hierba mientras caminaba hacia el carromato. Ariel captó el gesto como una invitación a sentarse, por lo que lo hizo. Su mirada alternaba entre Diana y Serafín. El hombre rondaría la treintena, tenía el cabello largo recogido y barba cubriendo su rostro. Era corriente como tantos tipos que se había cruzado en los últimos meses Ariel por los caminos pero cuando alzaba la mirada sus ojos se clavaban en él con una agudeza propia de un águila y con un letrero de "PELIGRO" brillando en sus pupilas.
Con Diana ocurría algo similar. Era menuda y casi infantil por lo que en un primer momento no dudó en pensar que tendrían la misma edad pero cuanto más la miraba, se percataba que era mayor. La joven volvió del carromato cargando un petate pequeño y su mirada se alzaba hacia el cielo.
— ¿Vas a ir?
La joven bajó la mirada hacia su compañero y negó.
— Se avecina una pequeña tormenta. Será mejor que comamos antes de que se apague el fuego.
Ariel alzó la mirada al cielo, en el que brillaba una enorme luna llena y millones de estrellas. ¿Una tormenta? ¿Dónde? Parecía del todo imposible. Miró a sus repentinos acompañantes que se habían puesto a preparar unos trozos de carne en el fuego.
— ¿De dónde sois?
— De ningún sitio, renacuajo —Serafín clavó su mirada en Ariel y extrajo una daga con la que hizo algunos tajos en la carne—. Igual que nuestro destino. Vamos y venimos con el viento.
— Y... —El muchacho presentía la amenaza en las palabras y los movimientos pero quería saber antes de tomar una decisión— ¿a qué os dedicáis?
Hubo una sucesión de movimientos. Ariel, más que verla pudo intuirla. Serafín se había desplazado desde su sitio en un pestañeo, deslizándose hasta estar junto el muchacho en menos de un segundo con la daga lista para clavarla en su garganta. Con la misma celeridad, Diana cogió de la camisa a Ariel, tirando de él hacia atrás. El muchacho no podía precisar en qué momento había cogido una de las ramas ardientes de la hoguera y la alzó contra su compañero, golpeándole la mano con ella.
En otro parpadeo todo volvía a estar inmovil salvo el pecho de Ariel que subía y bajaba frenético en búsqueda de un aire que se negaba a entrar en sus pulmones.
— ¡¿A QUÉ HA VENIDO ESO?! —gritó nuestro joven héroe.
— Lo enterramos debajo de ese árbol y por la mañana nos vamos. La tormenta borrará nuestras huellas —dijo Serafín, ignorando el grito.
Ariel estaba aterrorizado. ¡¿Es que nadie podía ser normal?! Diana negó.
— No es de ellos. Es un crío.
— Como si fuera la primera vez que envían a uno.
Diana volvió a negar, se acercó a Ariel y lo recorrió con la mirada. Con la luna enmarcando su figura no se parecía en nada a la muchacha menuda que le había ofrecido unirse a ellos con una sonrisa amable y reconfortante. Parecía temible y sus ojos brillaban como si un espejo detrás de la pupila reflectase la plata del cielo. Sin dudarlo un instante, cogió la muñeca derecha de Ariel y la alzó. El muchacho gritó al sentir la presión de su mano como una garra. No se imaginaba que fuera tan fuerte.
— Mira.
Ariel sintió el pánico en lo más profundo de su corazón, el frío en el vientre retorciéndose. Otra vez no.
— Está marcado —la voz de Diana era fría como la brisa que mecía los árboles—. ¿Crees que mandarían a alguien con una marca? Es otro exiliado.
— Claro que podrían haberlo hecho. Ya nos han mandado a hijos de puta salidos de ratoneras, ¿se van a detener por un mocoso? —Serafín se limpiaba la ceniza de su mano sin importarle si se había quemado o no. Sus ojos reflejaban las llamas, ardiendo con fuego propio.
Ariel tenía que decir algo, su vida dependía de ello. Tragó saliva y buscó la voz y el valor del que carecía.
— No... no me envía nadie —dos pares de ojos se clavaron en él—. Esa cicatriz la tengo porque... la noche de San Juan cogí un colgante de la hoguera... —bajó la mirada mientras se sacaba el collar para que pudieran verlo— Apareció después de que una amiga... saltara al fuego... Después de quemarme mi... mi familia me echó y no quisieron volver a tocarme... Todos los que me ven me odian. Dicen que tengo la marca de la bestia.
Bajó la mirada, clavándola en el suelo cuando se dio cuenta de que estaba llorando. Hacía mucho tiempo que no hablaba de su familia. La presión de la mano de Diana en su muñeca se aflojó y la tensión en el ambiente se distendió. Ya le daba igual todo, si querían matarlo, que lo hicieran.
Sintió una mano sobre su cabeza y cuál fue su sorpresa al ver que se trataba de Serafín.
— Así que la marca de la bestia, renacuajo. Menos llorar, que el mundo no se arregla con lágrimas —le dio dos palmadas que le dejarían dolor de cuello antes de ir a sentarse en su sitio.
La pelea había concluído y aquellos desconocidos volvían a ser los dos viajeros dispares de hacía unos momentos.
— Te vienes con nosotros, no hay más que decir —Serafín lo miraba mientras removía el fuego con una rama—. Somos como tú, otros exiliados. Marcados, si lo prefieres. Sin familia, ni apellidos. Ni pasado ni futuro. Hacemos lo que podemos para sobrevivir y nos cuidamos entre nosotros. Trabajo duro y lealtad, es lo único que pedimos. Si eres capaz de eso, estás dentro renacuajo.
Ariel lo miró incapaz de creerse su buena suerte. Por primera vez, al hablar de su marca, cuando alguien la veía, nadie lo insultaba ni rechazaba. Lo aceptaban en su grupo. Miró a Diana pero ésta estaba pendiente de la comida. La decisión estaba en sus manos.
— Acepto. Me... me uno a ustedes.
Así fue como las sombras retrocedieron ocultándose entre las ramas y el follaje. Nuestro joven héroe había aceptado a sus compañeros y éstos sobrevivieron una noche más, que pasó sin mayor penuria que la tormenta vaticinada por la muchacha de ojos de plata. ¿Qué nuevas aventuras les espera a este trío dispar?»
¡Espero que les haya gustado! En breves más y mejor.
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La noche de San Juan
Exiliados
«Diana posó una mano en el brazo de Ariel, provocando que el muchacho se sobresaltase aunque resultó un alivio apartar la mirada de los ojos como cuchillas de Serafín.
— Si no te importa el trabajo duro, ven con nosotros. Será mejor que ir a pie y más seguro.
— ¿Qué dices, Ariel?
— Queremos la respuesta hoy, enano. A poder ser antes de que me salgan canas en los huevos.
Diana bufó y clavó una mirada exasperada en su compañero de viaje.
— No ayudas, Serafín.
Nuestro joven héroe tenía motivos para guardar sus reservas y no era debido a los improperios de aquel desconocido. En los últimos meses había escuchado palabras similares y ya no le asustaban tanto como al principio aunque tampoco se las daba de hombre curtido. La causa estaba en el gesto revelador que realizó cuando cerró su mano derecha en un puño, ocultando la cicatriz provocada por el dije que colgaba de su cuello. Cada vez que se relacionaba con alguien, esta persona acababa muerta de forma inexplicable y cruel.
No sabía qué hacer y aquella indecisión se reflejaba en su rostro. Diana le dio una palmada en la espalda.
— No tienes que responder ahora. Quédate esta noche con nosotros y mañana respondes antes de partir.
— Vale.
La joven le señaló la hierba mientras caminaba hacia el carromato. Ariel captó el gesto como una invitación a sentarse, por lo que lo hizo. Su mirada alternaba entre Diana y Serafín. El hombre rondaría la treintena, tenía el cabello largo recogido y barba cubriendo su rostro. Era corriente como tantos tipos que se había cruzado en los últimos meses Ariel por los caminos pero cuando alzaba la mirada sus ojos se clavaban en él con una agudeza propia de un águila y con un letrero de "PELIGRO" brillando en sus pupilas.
Con Diana ocurría algo similar. Era menuda y casi infantil por lo que en un primer momento no dudó en pensar que tendrían la misma edad pero cuanto más la miraba, se percataba que era mayor. La joven volvió del carromato cargando un petate pequeño y su mirada se alzaba hacia el cielo.
— ¿Vas a ir?
La joven bajó la mirada hacia su compañero y negó.
— Se avecina una pequeña tormenta. Será mejor que comamos antes de que se apague el fuego.
Ariel alzó la mirada al cielo, en el que brillaba una enorme luna llena y millones de estrellas. ¿Una tormenta? ¿Dónde? Parecía del todo imposible. Miró a sus repentinos acompañantes que se habían puesto a preparar unos trozos de carne en el fuego.
— ¿De dónde sois?
— De ningún sitio, renacuajo —Serafín clavó su mirada en Ariel y extrajo una daga con la que hizo algunos tajos en la carne—. Igual que nuestro destino. Vamos y venimos con el viento.
— Y... —El muchacho presentía la amenaza en las palabras y los movimientos pero quería saber antes de tomar una decisión— ¿a qué os dedicáis?
Hubo una sucesión de movimientos. Ariel, más que verla pudo intuirla. Serafín se había desplazado desde su sitio en un pestañeo, deslizándose hasta estar junto el muchacho en menos de un segundo con la daga lista para clavarla en su garganta. Con la misma celeridad, Diana cogió de la camisa a Ariel, tirando de él hacia atrás. El muchacho no podía precisar en qué momento había cogido una de las ramas ardientes de la hoguera y la alzó contra su compañero, golpeándole la mano con ella.
En otro parpadeo todo volvía a estar inmovil salvo el pecho de Ariel que subía y bajaba frenético en búsqueda de un aire que se negaba a entrar en sus pulmones.
— ¡¿A QUÉ HA VENIDO ESO?! —gritó nuestro joven héroe.
— Lo enterramos debajo de ese árbol y por la mañana nos vamos. La tormenta borrará nuestras huellas —dijo Serafín, ignorando el grito.
Ariel estaba aterrorizado. ¡¿Es que nadie podía ser normal?! Diana negó.
— No es de ellos. Es un crío.
— Como si fuera la primera vez que envían a uno.
Diana volvió a negar, se acercó a Ariel y lo recorrió con la mirada. Con la luna enmarcando su figura no se parecía en nada a la muchacha menuda que le había ofrecido unirse a ellos con una sonrisa amable y reconfortante. Parecía temible y sus ojos brillaban como si un espejo detrás de la pupila reflectase la plata del cielo. Sin dudarlo un instante, cogió la muñeca derecha de Ariel y la alzó. El muchacho gritó al sentir la presión de su mano como una garra. No se imaginaba que fuera tan fuerte.
— Mira.
Ariel sintió el pánico en lo más profundo de su corazón, el frío en el vientre retorciéndose. Otra vez no.
— Está marcado —la voz de Diana era fría como la brisa que mecía los árboles—. ¿Crees que mandarían a alguien con una marca? Es otro exiliado.
— Claro que podrían haberlo hecho. Ya nos han mandado a hijos de puta salidos de ratoneras, ¿se van a detener por un mocoso? —Serafín se limpiaba la ceniza de su mano sin importarle si se había quemado o no. Sus ojos reflejaban las llamas, ardiendo con fuego propio.
Ariel tenía que decir algo, su vida dependía de ello. Tragó saliva y buscó la voz y el valor del que carecía.
— No... no me envía nadie —dos pares de ojos se clavaron en él—. Esa cicatriz la tengo porque... la noche de San Juan cogí un colgante de la hoguera... —bajó la mirada mientras se sacaba el collar para que pudieran verlo— Apareció después de que una amiga... saltara al fuego... Después de quemarme mi... mi familia me echó y no quisieron volver a tocarme... Todos los que me ven me odian. Dicen que tengo la marca de la bestia.
Bajó la mirada, clavándola en el suelo cuando se dio cuenta de que estaba llorando. Hacía mucho tiempo que no hablaba de su familia. La presión de la mano de Diana en su muñeca se aflojó y la tensión en el ambiente se distendió. Ya le daba igual todo, si querían matarlo, que lo hicieran.
Sintió una mano sobre su cabeza y cuál fue su sorpresa al ver que se trataba de Serafín.
— Así que la marca de la bestia, renacuajo. Menos llorar, que el mundo no se arregla con lágrimas —le dio dos palmadas que le dejarían dolor de cuello antes de ir a sentarse en su sitio.
La pelea había concluído y aquellos desconocidos volvían a ser los dos viajeros dispares de hacía unos momentos.
— Te vienes con nosotros, no hay más que decir —Serafín lo miraba mientras removía el fuego con una rama—. Somos como tú, otros exiliados. Marcados, si lo prefieres. Sin familia, ni apellidos. Ni pasado ni futuro. Hacemos lo que podemos para sobrevivir y nos cuidamos entre nosotros. Trabajo duro y lealtad, es lo único que pedimos. Si eres capaz de eso, estás dentro renacuajo.
Ariel lo miró incapaz de creerse su buena suerte. Por primera vez, al hablar de su marca, cuando alguien la veía, nadie lo insultaba ni rechazaba. Lo aceptaban en su grupo. Miró a Diana pero ésta estaba pendiente de la comida. La decisión estaba en sus manos.
— Acepto. Me... me uno a ustedes.
Así fue como las sombras retrocedieron ocultándose entre las ramas y el follaje. Nuestro joven héroe había aceptado a sus compañeros y éstos sobrevivieron una noche más, que pasó sin mayor penuria que la tormenta vaticinada por la muchacha de ojos de plata. ¿Qué nuevas aventuras les espera a este trío dispar?»
¡Espero que les haya gustado! En breves más y mejor.
¡Hola! Me paso para avisarte de que te he nominado al Liebster Award, pásate por aquí para saber más si quieres participar ;)
ResponderEliminarhttp://enmitiempolibro.blogspot.com.es/2016/08/book-tag-conociendo-nuevos-blogs.html
Ohhhh, ¡gracias por la nominación! Me pondré con ello tan pronto como pueda. Me siento honrada jajaja.
Eliminar¡Gracias Alhana! <3
Besos
¡Hola!
ResponderEliminarQue bonito blog que tienes jeje, vengo de la iniciativa seamos seguidores ♥ donde yo también estoy participando. Vengo a decirte que acabo de seguir tu blog ^^ y agradecería muchísimo si lo hicieras devuelta.
Te dejo mi blog:
Obsesión por la lectura
Un abrazo
¡Buenas! Muchas gracias =D Me alegro que te guste ^^
EliminarMe pasaré por tu blog y te seguiré también ^.^
¡Nos leemos, besos!